Como sabemos, los peligros y los beneficios de la red han sido ampliamente discutidos por expertos y no tan expertos, especialmente si introducimos en el debate la palabra adicción. De momento, y según el DSM-IV, el manual más utilizado para el diagnóstico de desórdenes mentales, no se puede calificar la obsesión con Internet de adicción en su sentido estricto, aunque la ONG Proyecto Hombre, entre otras instituciones del mismo tipo, ya la incluye en su programa dentro del apartado “adicciones sin substancia” o bien “adicciones comportamentales”. Si aceptamos este término entendiéndolo en el sentido general en el que se utiliza con frecuencia, podemos hablar de ese 15% (aproximadamente) de la población nacional que ya es adicta al ciberespacio, según explica el psiquiatra Javier García Campayo.

Aunque de esta manera también podríamos estar dando por hecho que la mayoría de nosotros estamos enganchados a Internet, ya que seguramente le dedicamos, al día, muchas más horas de las previstas. Como -deseamos- eso no es cierto, deberemos averiguar qué es lo que convierte a un internauta habitual en adicto. Tal como lo cuentan en un reportaje publicado por La Vanguardia el pasado mes de febrero: “De la misma forma que la Universidad de Utah o la de Edimburgo concluyen que quienes están en Facebook tienden a tener un estado de ánimo más triste y más ansiedad y más estrés cuantos más amigos tienen en las redes sociales, el neuroeconomicista Paul J. Zak sostiene, en cambio, que la conexión de unos minutos a Twitter o a Facebook aumenta la oxitocina, la hormona de la empatía, y rebaja los niveles de estrés”.
Ante esta polaridad en las opiniones (que se repite), planteemos que quizá Internet no sea malo ni tampoco bueno en sí mismo, sino que estar enganchado tiene que ver, en gran medida, con un componente subjetivo o un estado mental. De hecho, el uso adictivo de Internet podría ser nada más que un síntoma de depresión. Puede que la “adicción” a Internet no sea más que el reflejo de otros problemas preexistentes en la persona aunque, tanto si es así como si no, esta necesidad insaciable acaba condicionando la vida hasta extremos peligrosos y que pueden llevar a la destrucción del mundo real del individuo en todas sus esferas: las relaciones sociales, los estudios, el trabajo, y físicamente puede llevar al sedentarismo y al aumento de peso, alteraciones alimenticias y del sueño, problemas de estrés, falta de rutina...
¿Estoy enganchado?

Una buena forma de determinar si un uso desmesurado de Internet es sólo un problema temporal y leve o bien una “adicción” o problema serio es teniendo en cuenta las siguientes características:
- Sustitución de gran parte del tiempo que antes se pasaba con la familia o los amigos por tiempo frente a la pantalla.
- Necesidad compulsiva de conectarse constantemente a Internet.
- Alteraciones en los horarios de sueño y vigilia.
- Incapacidad de abandonar un dispositivo con Internet ni siquiera para salir a la calle y ansiedad si no se puede utilizar o se queda sin batería.
- Deseo irrefrenable de mantenerse siempre al día con los aparatos más novedosos.
- Sedentarismo casi total.
- Rechazo de las actividades relacionales o sociales en la vida real.
Los "adictos" no lo son a Internet en su conjunto, sino que existen ciberámbitos de evasión concretos a los que cada individuo es más susceptible de engancharse, y que suelen ser las redes sociales o comunidades virtuales, los sitios pornográficos, las compras y los juegos. Aunque alguien con conocimientos suficientes sobre informática siempre puede ir más allá: es el caso del llamado “Hacker de las famosas”, acusado de robar fotos directamente del teléfono móvil de celebridades como Scarlett Johansson o Christina Aguilera, y que en el juicio declaró que empezó a hackear sus teléfonos por curiosidad, pero acabó presa de lo que él mismo llamó una "adicción".
Un caso real de adicción a Internet
El perfil del "enganchado" a Internet está bastante definido, según indica el catedrático de Psicología Clínica, Enrique Echeburúa, en un reportaje publicado el pasado julio en El Pais. Tienden a ser personas introvertidas, con poca autoestima y una vida familiar pobre.

Es por ese motivo que crean "un mundo virtual que les compensa de las insatisfacciones que tienen en el mundo real", un mundo que los acepta, les da y no les pide nada a cambio. Como vemos, estas son las características de muchos adolescentes: no es de extrañar que los jóvenes sean uno de los colectivos más “adictos” a Internet.
A finales de 2011 La Vanguardia publicaba la carta al director de un muchacho llamado Marsal Llimona, y que empieza así: “Tengo 14 años y estoy consumido por todos los aparatos electrónicos y redes sociales de Internet. Me gustaría dedicar más tiempo a los estudios, ya que sirven más para un futuro. El consumidor -que soy yo- se queja de que las autoridades del Estado en sí no conceden la más mínima importancia a los posibles problemas de la adicción a internet”. Lo cierto es que por parte de algunos órganos de gobierno (varios ayuntamientos, como el de Zaragoza, la Generalitat de Cataluña, etcétera...) sí se han llevado a cabo campañas informativas sobre la situación e incluso se han puesto en marcha algunas medidas para tratar un problema que, de momento, parece que apunta a empeorar y esparcirse entre capas más amplias de población. Eso si seguimos los pasos de los países más avanzados tecnológicamente, como China, Corea del Sur y Japón, que se plantean ya la adicción a Internet como un problema a gran escala ante el que buscan la mejor forma de responder.
Teniendo estos referentes, no deja de ser alarmante que existan en España miles de casos como el de Marsal, tal como comentaba Josep Lluís Micó, Codirector del Digilab-Laboratori de Comunicació Digital al responderle que una décima parte de los escolares con teléfono móvil propio reproduce la “reacción de un adicto cuando se le priva de ese aparato” (obviamente, con Internet). Paralelamente Facebook, la red social por excelencia junto con Twitter, está estudiando la manera de permitir el registro a los menores de 13 años.
Internet se ha convertido en algo socialmente interesante desde el momento en que dejó de serlo tecnológicamente. Abre las puertas a un nuevo mundo que es perfecto para los que buscan evadirse de su propia vida. Moldeable y con mil caras, cualquiera tiene cabida en él. Internet no juzga, sino que libera. Internet no deja nunca de ser fascinante: cualquiera disfrutaría de navegar horas por la web, visitando sitios nuevos, informándose, aprendiendo idiomas, haciendo amigos... El problema empieza desde el momento en que genera dependencia. No debe olvidarse que el mundo virtual es sólo un reflejo en dos dimensiones del mundo real: más conectado y fácil, pero mucho más superficial.